Cae la tarde y los últimos rayos del sol atraviesan las frondosas orillas de un río en Australia. Por el turbio fondo, una lombriz se arrastra y se esconde bajo unos guijarros. Apenas queda luz y los voraces predadores no pueden verla.


De pronto, un pequeño animal se zambulle desde la orilla. Un cazador de patas palmeadas acaba de emerger de su madriguera. Justo antes de zambullirse cierra los ojos, las orejas y los orificios nasales. Da una brazada con sus poderosas patas delanteras. Se desliza por el agua en busca de comida. La lombriz no se puede ver, pero este peculiar cazador es capaz de detectarla.

Este ornitorrinco nada por el agua.

Este ornitorrinco bucea y captura con los ojos cerrados una sabrosa lombriz.

Cabeceando con su morrillo en forma de pico de pato, este predador detecta las pulsaciones de energía eléctrica de la lombriz y la enfila. De pronto, da una pasada con la boca abierta y se lleva de un bocado la lombriz, ¡y unos cuantos guijarros! Ya en la superficie, toma una bocanada de aire y tritura la lombriz con su boca sin dientes… pero con piedras. Antes de tragarse el puré de lombriz, deja caer las piedras por las comisuras de la boca.


Este asombroso predador se llama ornitorrinco: el animal más extraño que te puedas imaginar. Pero en este animal, quizá el más peculiar del planeta, el todo es mayor que la suma de sus partes. Los ornitorrincos tienen unas características singulares que los diferencian de cualquier otro mamífero. Y la primera de ellas está en su forma de nacer.

Bebé ornitorrinco

Amanece y el río empieza a vislumbrarse. Un ornitorrinco rema con sus patas palmeadas hacia la orilla. Sale del agua a empellones y con una vigorosa sacudida de su cuerpecillo… su pelaje queda prácticamente seco. Ya en tierra, repliega las membranas de las patas y camina hacia la entrada de su madriguera. Se contonea y pasa adentro. El interior es cálido y está seco. Desde allí empieza a arañar la tierra con sus afiladas garras para crear una nueva cámara separada de la madriguera principal.


Con el morro por delante se impulsa hacia el interior y tapa la entrada arrojando tierra con sus patas traseras. Una vez acomodado, el ornitorrinco pone un correoso huevo. Poco después, pone el segundo. Son muy pequeños: del tamaño de una canica. Y los mantiene calientes apretándolos entre el cuerpo y la cola.

Pasadas dos semanas, aproximadamente, los huevecillos tiemblan y se desgarran. De cada uno de ellos emerge un ornitorrinquito rosado del tamaño de un frijol. Sin pelo, ciegos y totalmente indefensos emprenden un largo viaje de unas pocas pulgadas hasta el vientre de su madre. Nada más llegar se aferran a su pelo y esperan a ser alimentados.


Como todos los mamíferos, los ornitorrincos amamantan a sus crías después de nacer. Pero a diferencia de los demás mamíferos, les dan de comer de una manera singular. La leche fluye de entre los pliegues del vientre de la madre. Y los bebés chupan la leche directamente del pelo.


Los pequeños se alimentan de esa leche entre tres y cuatro meses. Pueden vivir por su cuenta desde el momento en que son capaces de nadar y procurarse su propia comida.

Los ornitorrincos amamantan a sus crías en madrigueras. 

¿Bulo O verdad?

El primer ornitorrinco llevado a Inglaterra en 1799 para ser examinado por los científicos causó un gran revuelo. La mayoría de la gente creyó que se trataba de un bulo. Se pensaba que alguien había remendado partes de diversos animales en uno solo para gastar una broma. ¿Cómo iba a poder un mamífero tener pico y patas palmeadas y, además, poner huevos? O, dicho de otro modo, ¿cómo podría un ave tener pelo y dar leche a sus crías? El ornitorrinco era tan diferente a cualquier otro animal que nadie podía creer que fuera real.

Los huevos del ornitorrinco son del tamaño de una canica.